26 de mayo de 2025 • 3 min lectura

¿Somos libres o solo estamos sobreviviendo?

No, loco, no me siento libre.
Y no lo digo pa’ hacerme la víctima ni pa’ dar lástima. Lo digo porque lo cargo encima todos los días. Me levanto temprano, hago lo que tengo que hacer, no lo que quiero, pa’ ganar lo justo y bancar el alquiler, la cuenta de luz, el agua, la comida… y ya se me fue casi todo.

¿Libertad? ¿Dónde carajo está?
Si esto parece una cinta de correr: por más que me mate corriendo, no avanzo ni un paso.

Y eso es lo de afuera nomás.
Porque por dentro hay otra prisión, más turbia todavía: la cabeza. Todo eso que te meten desde chico. Que no soñés grande, que no jodas mucho, que te consigas algo “seguro”, que no falles, que sin un título no sos nadie. Que si no estás produciendo algo, no servís.

Y no es que sean ideas nomás: son como fantasmas que te hablan con la voz de tus viejos, de los profes, de los vecinos. Se te meten tan profundo que a veces ni sabés si lo que pensás es tuyo o de ellos.

Y lo peor es que, aunque te des cuenta, romper con eso no es fácil. Porque rebelarte también tiene su precio: quedarte solo, no saber si vas a poder pagar las cuentas, aguantar las miradas que te juzgan.
Y no soy de piedra, bo, también tengo miedo.

Sartre decía que siempre elegimos.
Pero qué fácil decir eso cuando no tenés que elegir entre comer o pagar la cuenta de internet.
Esa libertad de manual, de libro de filosofía, en el bondi no sirve.

Acá lo que hay son elecciones entre males menores. Eso no es libertad.
Eso es ir sobreviviendo como se puede.

Me dicen que tengo pequeñas libertades. Que puedo elegir si me pongo una remera negra o una blanca, qué música escuchar o con quién charlar.
Y sí, está, es verdad. Pero eso es una ilusión. Es como pintar de colores una celda: sigue siendo una celda.

Yo lo que quiero es poder vivir tranquilo.
No estar corriendo siempre atrás del mango, ni sintiendo que le debo algo a todo el mundo, hasta a mí mismo.


Entonces no, no soy libre.
Y no es por capricho.
No lo soy porque el sistema ya está armado pa’ que no lo seamos.
Y romper con eso no es solo un acto de voluntad: es una guerra constante, por fuera y por dentro.
Y te juro que hay días en los que ya no me da la nafta.